18/5/07

No todo vale


Cuando arrecian las campañas electorales, parece que, en el ámbito público y en cualquier aspecto de la vida, todo pudiera valer. Se puede difamar, engañar o mentir públicamente sin que el conjunto de la sociedad reaccione ante tan deplorable espectáculo. Se denigra, estafa o insulta para obtener una expectativa de poder o alcanzar el poder económico, político y social. Si entre ellos no se posibilidad alguna de defenderse, menos oportunidades dan a los terceros a quienes someten a sus mentiras, y a los difamados, engañados, denigrados, estafados e insultados. Esta situación anómala se toma como normal, aunque no se corresponda con ningún tipo ideal de sociedad ni de personas.

Cada día resulta más evidente que lo que el poder define como normal es lo que sirve de norma para conformar las reglas que se deben seguir y a las cuales se tendrán que ajustar conductas, tareas, actividades, etc. La norma queda, así, configurada como un precepto jurídico. A ese conjunto de normas aplicables a una determinada materia o actividad se denomina normativa. Para su aplicación se instituyen conceptos como falta o delito, que facilitan la coacción y la compulsión física, y que se combaten mediante un conjunto de amenazas, multas, sanciones y penas que pueden llegar al encarcelamiento y, dependiendo del país en cuestión, a la desaparición del disidente.

Si lo oficialmente normal, no resulta “normal” para parte de la sociedad, el poder puede considerar que su orden ha quedado alterado y tenderá, por tanto, a regularizar, a “normalizar” la situación. A fin de que “una cosa sea normal”, se elaboraran tipificaciones para conducir, o impeler, a la sociedad a adoptar un tipo, modelo o norma determinada. Como por definición no puede existir algo políticamente incorrecto, las normas dictadas para favorecer a la oligarquía económica, financiera, política o militar se considerarán de obligado cumplimiento y de general observancia, cuando deberían representar, en todo caso, una excepcionalidad. De esta manera, la excepción deviene en norma para todos aunque lesione intereses generales. Es evidente que no todo puede valer indiscriminadamente, máxime si es en contra el sentir de aquella parte de la sociedad que tiene asumidos unos valores que dan subsistencia y firmeza a sus acciones, e importancia a las cosas cotidianas, a las palabras o frases que conforman toda convivencia.

Convivencia que se erosiona con las actuaciones en plena campaña de los candidatos de las grandes máquinas electorales, entonces muchos nos preguntamos: ¿Cómo pueden tener valor para decir eso? ¿Cómo pueden negar todas esas evidencias en su contra? ¿Cómo pueden mostrar tanta osadía y alardear tanta desvergüenza para arrastrarnos al peligro de su ineficaz gestión? ¿Por qué tenemos que arrostrar con los delirios de sus grandes empresas, de sus obras faraónicas?

Entre el progresismo y la reacción, ambos al servicio exclusivo del sistema neoliberal, se nos presentan como valores elementos que no dejan de ser simples habilidades o bienes que, como los adscritos a la tecnología de la comunicación, son considerados como fines en sí mismos y cuya posesión se plantea como una necesidad obsesiva. Hasta cuando tendremos de esperar para plantearnos qué realidades, qué valores son estimables y cuáles no, cuáles resultan positivos y cuáles son negativos, qué jerarquía se establece entre ellos para el desarrollo ético de la sociedad.

Se acerca el tiempo de establecer connivencias y acuerdos entre todas las personas interesadas en que la sociedad funcione de acuerdo a valores, es el momento de luchar por recuperar aquellos valores cívicos que nos animan y nos dan entereza para cumplir con nuestros deberes de ciudadanía, sin arredrarnos por amenazas, descalificaciones, peligros ni vejámenes. Es hora ya de olvidar aquella sandez del fenecido siglo XVIII que encasillaba a la gente en derechas o izquierdas, puesto que vivimos de nuestro trabajo y no de los cuentos de la burguesía liberal. Porque, estamos en una época de absoluta descomposición moral, donde derechas e izquierdas son la misma porquería, y donde no cabe más posibilidad que distinguir entre personas honradas -honestas y honorables- o entre personajes sinvergüenzas y de impresentable catadura moral. Y sin importarnos que lluevan chuzos de punta, de acuerdo con el proverbio árabe, diremos: “No eres más porque te alaben, ni menos porque te vituperen”.