2/6/07

El Imperio y sus Cipayos (II)

El régimen talibán ha caído. La dictadura teocrática islamita ha sucumbido, pero quienes auparon a George Bush a la Casa Blanca le exigen rentabilizar su inversión y para ello nada mejor que encadenar una serie de conflictos bélicos localizados. Estados Unidos está en crisis y la guerra ha sido siempre el motor de su industria y de su economía. Una economía que se ve envuelta en el mayor escándalo de la historia de Norteamérica: la suspensión de pagos de la empresa tejana Enron y la evaporación de sus fondos de pensiones. Una empresa, cuyo director ejecutivo, Kenneth Lay, fue el mayor contribuyente a la campaña electoral del presidente Bush.

La pretendida lucha contra el terrorismo o el narcotráfico es, pues, una simple excusa de Estados Unidos para justificar su presencia intercontinental. Recordemos como en diciembre de 1987, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó una condena enérgica del terrorismo con la abstención de Honduras y dos votos en contra, los de Estados Unidos e Israel. Anotemos, también, cómo el régimen talibán prohibió por decreto el cultivo y producción de opio y de otras sustancias narcóticas, que sí se seguían produciendo en el territorio afgano bajo control de la alianza del Norte. ¿Puede Estados Unidos presentarse, ahora, como abanderado del antiterrorismo o del antinarcotráfico? Solamente el cinismo occidental puede admitir tal desfachatez.

Ante el silencio de las cancillerías, con el apoyo a los bombardeos de Israel sobre posiciones palestinas, Estados Unidos se garantiza la presencia en Asia Menor. Con su irrupción en Afganistán se instala en Asia Central a la búsqueda del petróleo del Mar Caspio. Con su acoso a Corea del Norte justifica su permanencia en el Pacifico. Con su terrorismo sobre Irak y sus acusaciones a Irán mantiene a su armada en la zona petrolera del Golfo Pérsico. Con su denuncia de implicación y apoyo a la red Al Qaeda de Somalia y Sudán clava sus botas en África donde cuenta con aliados como Marruecos. Con la crisis de los Balcanes pasea sus fuerzas por el Mediterráneo. Con la existencia del narcotráfico patea Hispanoamérica para desequilibrar países y gobiernos y tratar así de interrumpir unos procesos de paz interior que les permitan encauzar su desarrollo y aprovechar mejor sus recursos para su propio bienestar.

La guerra de los cipayos

Corresponsales destacados en Afganistán coinciden en destacar la inexacta información de un espionaje occidental que no esperaba a la resistencia encontrada en territorio afgano. La capacidad de lucha y sacrificio de los combatientes de Al Qaeda y de los talibanes les ha impedido encontrar, vivos o muertos, a Osama Ben Laden y al mulá Omar hasta este momento. Las miles de bombas arrojadas cada día contra las posiciones talibanes han dejado un país derruido y sembrado de proyectiles sin explotar tras dieciocho semanas de intensos bombardeos. Ahora, se trata de pasar el negocio de la guerra al negocio de la reconstrucción de lo previamente destruido.

En general, los medios de comunicación han servido imágenes de un triunfal paseo militar en el que los Estados Unidos solamente reconocen un soldado muerto en combate. Esta supuesta precisión de la acción aliada ha sido rechazada a menudo por los corresponsales occidentales que, esquivando la censura, nos relataban pérdidas de helicópteros y aviones aliados, bombardeos de Estados Unidos sobre sus propias posiciones y cualquier error cometido en toda guerra como ataques contra la población civil, incluso en zonas bajo el dominio de la Alianza del Norte y de otros jefes antitalibán.

El que las tropas norteamericanas no hayan tenido bajas cuenta bien a las claras que han sido otros quienes han combatido sobre el terreno. No en vano, Estados Unidos y la Europa a ellos sometida ha comprado, a golpe de talonario, apoyos de estados y gobiernos para que actúen como fuerzas auxiliares en la Operación Libertad Duradera. Es decir, que los aliados han utilizado tropas cipayas en una guerra inventada para entronizar a Bush como un nuevo Dios, como un emperador romano que impone su Civilium morum inductio con el empleo aplastante de sus medios militares.

La orden para que ningún país acoja refugiados talibán y de Al Qaeda sólo significa que el control imperial se extiende por todos los países y ciudadanos del mundo. Un imperio que exige un control absoluto de organismos como la ONU y todas sus agencias, que vulnera la Convención de Ginebra con los prisioneros talibán, que intenta controlar y reprimir la disidencia a través de Internet, que abre continuos focos de conflicto en todo el planeta, nos está mostrando las puntas de iceberg de la dictadura mundial que, desde su llegada al poder, trata de implantar George Bush.

Los dirigentes de los organismos y países sometidos al imperio Bush se manifiestan, durante veinticuatro horas al día, como cipayos en permanente campaña de loanza y santificación de Estados Unidos, a quien justifican su belicismo mediante la manipulación de las encuestas de opinión. Con gente de esta catadura moral la guerra estaba servida, aun antes del atentado, y era evidente que sólo faltaba el motivo. Sobre el papel de la ONU, el sociólogo neoyorquino James Petras mantiene que: «No creo en la transformación de las Naciones Unidas. Sólo tenemos que observar cómo está actuando la ONU ante los laboratorios farmacéuticos que niegan sus medicamentos a millones de personas enfermas de SIDA en África, o el papel que desempeñó frente a los ataques de la OTAN contra Yugoslavia. Koffi Annan es un secretario general subordinado a los grandes poderes, es el recadero de Estados Unidos».

Tan solo recordando quiénes fueron los cipayos y qué objetivos les encomendó el imperio de turno, podremos comprender el papel de subordinación a Estados Unidos por parte de quienes nos gobiernan.

Durante los siglos XVIII Y XIX, el cipayo fue un soldado indio al servicio de Francia, Portugal o Gran Bretaña. Unos mercenarios que organizados por el francés Dupleix y el inglés Clive, fueron mantenidos después por la Compañía de las Indias Orientales. Unas tropas cipayas que el colonialismo británico presentaba como baluarte de libertades burguesas y utilizaba como parachoques de la rebelión popular.

Para cualquier español con un mínimo de dignidad ha de resultar preocupante ver a Javier Solana, José Marla Aznar o Josep Piqué cómo hacen trabajos sucios para Estados Unidos. Una tarea para la que, incluso un aliado tradicional como Arabia Saudita ha mostrado profundas reticencias.

Falsificadores de pruebas

El famoso video de Ben Laden, en el que comentaba el atentado del 11 de septiembre y que sirvió a los medios de comunicación sometidos a Estados Unidos para machacamos durante semanas, parece ser que ha pasado a la historia. Algunos comentaristas, incluso de medios yanquis nada proclives a ir contra los intereses del imperio, mostraron dudas racionales sobre el contenido del mismo.

A veces, no siempre, la historia se repite. Si damos marcha atrás en la moviola de la historia los hechos convierten a los gobiernos de Estados Unidos en unos mentirosos consumados y patológicos.

Así, en defensa de la Paz Americana, los Estados Unidos asolaron Vietnam sembrando el terror en aldeas, pueblos y ciudades con el napalm. Millones de seres humanos, tanto vietnamitas como estadounidenses, fueron muertos o mutilados en un Vietnam aniquilado por la aviación USA. Pero, a este genocidio, las instancias internacionales, incluida la ONU, no lo consideró nunca acto terrorista.

Pero, si retrocedemos a 1898, veremos cómo al estallar el acorazado norteamericano Maine en el puerto de La Habana, Estados Unidos acusó de la agresión a España y le declaró la guerra. Los grandes medios de comunicación social de la época se encargaron de crear el clima bélico necesario para la intervención del entonces naciente imperialismo yanqui. Un siglo después es fácil constatar que España no cometió ningún atentado, y que la explosión del Maine fue provocada por el mismo Gobierno norteamericano, a quien no le importó el asesinato e inmolación de centenares de sus compatriotas. Para el imperio gringo el fin justificaba, y justifica, todos los medios.

La revista The Bulletin of the Atomic Scientists publicaba en 1999 informes desclasificados
del Pentágono sobre el despliegue de armamento nuclear norteamericano en el mundo de julio de 1945 a septiembre de 1977. La guerra de Corea (1950) aceleró el despliegue nuclear mundial. Marruecos fue el primer país beneficiado y un mínimo de otros 27 países fueron agraciados con el depósito de 12.000 armas nucleares, sin que, en muchos de los casos, sus gobiernos fueran informados.

Con la entrada en vigor de los acuerdos de cooperación militar entre Washington y Madrid, en marzo de 1958, los norteamericanos iniciaron su almacenaje nuclear en las bases de Rota y Torrejón de Ardoz. En 1963, disponían ya de 250 armas nucleares -bombas, misiles o sistemas nucleares- clasificadas en cinco tipos: aéreas, de profundidad, Falcon, ASROC (misiles antisubmarinos) y Talos (misiles antiaéreos). Además, los portaviones o buques de guerra de la NAVY, desplegados en el Mediterráneo, atracaban y atracan, en la base naval de Rota (Cádiz) o en puertos como Barcelona, Valencia, Tarragona o Mallorca, portando regularmente armas nucleares. Un peligro latente tan real como el incidente de Palomares (Almería) del 7 de enero de 1966, en que un B-52 chocó con un avión nodriza CK-135, en el acto de repostar, pereciendo siete de sus once tripulantes. El bombardero B-52 llevaba cuatro bombas H (termonucleares), tres de ellas cayeron a tierra sin explotar. La propaganda oficial negó la fuga radiactiva debida a una fisura en la cubierta de la cuarta bomba que cayó al mar. Los campos del municipio de Palomares y colindantes quedaron arrasados durante la búsqueda del material nuclear. Las cosechas se perdieron y la protesta por la escasa indemnización norteamericana por el accidente nuclear fue reprimida por el franquismo.

Sobre el territorio del Sahara español gravitaron acciones terroristas de grupos de militares marroquíes preparados, financiados y protegidos por Estados Unidos. Desde el 22 de marzo de 1975, estos grupos terroristas comenzaron sus incursiones y ejecutaron golpes de mano contra cuarteles de la Policía Territorial del Sahara Occidental y lanzaron y colocaron bombas en la ciudad de El Aaiún. Si Marruecos recibió el primer depósito nuclear, no ha de extrañar, pues, que en el verano de 1975, en Londres, asesores militares norteamericanos le organizaran la marcha verde (Laissa) sobre el Sahara español, con financiación de Arabia Saudita y apoyo logístico de Irak, entonces países aliados de Norteamérica e interesados en el control de los fosfatos de Bucrá, ni extrañaría tampoco la intromisión de un Henry Kissinger, muy vinculado a los Rockefeller, propietarios de empresas de fosfatos. Países e intereses que no querían la más mínima presencia de Argelia en el Sahara.

Por su parte, el Gobierno de España consumó su ignominia con la entrega del Sahara a Marruecos. Militares marroquíes incrustados entre los componentes de la marcha verde degollaron gran número de ancianos, mujeres y niños saharauis que, confiando en las promesas de Hassan II, no huyeron con el Frente Polisario a sus campamentos en el Tinduf argelino. Pero, la hipocresía occidental no consideró terrorismo los actos de un Marruecos asesorado por Estados Unidos.

A partir de 1991, al quedar como única superpotencia, el anticomunismo USA no puede mover a su industria de guerra. La promesa de un “Nuevo Orden Internacional” condujo a la guerra del Golfo contra Irak y al apoyo unilateral de Israel en perjuicio de los derechos de Palestina. En diez años, Estados Unidos pasó de su caduco anticomunismo al antiislamismo, ganándose a pulso el odio de una parte significativa del mundo musulmán hasta desembocar en un islamismo antinorteamericano. Para su presidente Bush ya no es necesario sostener a terroristas y preconizar atentados en lugares públicos, secuestros de aviones, sabotajes y asesinatos, con la misma urgencia de la guerra fría. La historia del horror y del terror yanqui nos lleva del Vietnam hasta la Cuba de Fidel, a la Nicaragua sandinista, al Afganistán soviético, al Irán del Sha con miles de opositores exterminados, a la Guatemala de Rios Mont y otros títeres con más de doscientos mil militantes de centroizquierda eliminados, a la Indonesia de Sukarno o Suharto con casi un millón de izquierdistas aniquilados. En la década de los ochenta, bajo las órdenes de la CIA, países como Francia, Gran Bretaña, Arabia Saudita, Pakistán, Egipto o China organizaron redes terroristas para atacar, dentro y fuera de su territorio, al entonces enemigo común: la URSS. Con habilidad, en 1979, estos países y Estados Unidos condujeron a la URSS a la trampa afgana, donde le esperaban más de 100.000 islamitas radicales, los afganis, traídos de todos los países musulmanes desde el Norte de África hasta el Asia Central.

Pero, a veces, el criar cuervos no produce resultados esperados. En 1981, el presidente egipcio Annuar el Sadat caía asesinado por miembros de estas unidades auspiciadas por él mismo. Dos años más tarde, ataques suicidas en el Líbano hacia huir a los militares estadounidenses de ese país mediterráneo. Tras la retirada rusa de Afganistán en 1989, ese ejército terrorista se dirigió a Chechenia, China Occidental, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Cachemira, el Sudeste Asiático y toda África del Norte. Pero, estas unidades creadas y financiadas por Estados Unidos y sus aliados, desde el momento en que Norteamérica estableció bases militares permanentes en Arabia Saudita, lo consideraron una afrenta al Islam, una profanación de sus lugares más sagrados y una declaración de guerra y pasaron a la acción contra Estados Unidos. Así, en 1993, trataron de volar el Worid Trade Center sin conseguirlo, y tendrían que esperar al 11 de septiembre de 2001 para alcanzar su objetivo.

No comprendemos cómo, con tales precedentes, un presidente de Gobierno español pueda promover una “Pedagogía pro-americana” basada en el servilismo a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos. Este entreguismo sin condiciones, no obstante, ha permitido satisfacer el ego de José María Aznar al concederle Bush una entrevista en la Casa Blanca y al disponer de cuatro minutos en una televisión norteamericana. En las crónicas nadie recordó los millones de dólares que la Casa Blanca suele cobrar por conceder entrevistas a gobernantes y personajillos de sus colonias, ni tampoco se dijo que las televisiones suelen cobrar por prestarse a ese tipo de publicidad encubierta.

Una interrogante gravita en el aire, ¿qué sucederá después de la derrota del talibán?

Antes del 11 de septiembre el ascenso de las luchas populares (Seattle, Davos, Génova) contra el régimen neoliberal había hecho perder a éste la iniciativa estratégica, política e ideológica. Tras los atentados de Nueva York y Washington, la burguesía atlántica -Estados Unidos y Europa- vuelve a la ofensiva para recuperarla y marcarse nuevos objetivos estratégicos y una nueva metodología de dominación colonial en la que la manipulación informativa sea una de las piezas fundamentales.

(Publicado en El Federal núm. 12 - Febrero 2002)

No hay comentarios:

Publicar un comentario