25/3/12

Dos años programando la huelga general

¡Qué buenas son las madres ursulinas, que buenas son que nos llevan de excursión! Excursiones diversas durante dos años para confluir sus trayectos en una huelga general.

Vivimos momentos de consignas para instar a la movilización mediante el visceralismo y la elusión de cualquier análisis serio sobre una difícil situación.

Méndez y Fernández Toxo se proclaman maestros de ceremonias de una huelga general que no ilusiona a nadie

Descansaron en los años en que el déficit creció como nunca lo había hecho en los últimos ciento cincuenta años, que son los años de los que se disponen datos para realizar una evaluación. En el año 1996, su casi siete por ciento levantó los pelos a más de un analista internacional, los más de diez por ciento de los años 2008, 2009, 2010, y los nefastos datos de 2011 del 8,51 por ciento causaron y causan pavor en toda Europa y en el resto de las economías occidentales. Es el suicidio o el sacrificio inmolador para, al menos, una generación que habrá de correr con los gastos de la juerga del socialismo de Rodríguez Zapatero y de sus compinches, que siguen enfrascados en que se ha de mantener o acrecentar el gasto público.


Fijémonos en las fechas de la mayoría de leyes y decretos laborales. Fijémonos en las gráficas del paro y en las de cotizantes a la seguridad social. Eso rompe muchos mitos de izquierdas y de sindicalismos benéficos.

La huelga general se decretó en el verano de 2010, cuando el PP no había asumido ni la mayoría de los ayuntamientos ni comunidades autónomas, ni había ganado las elecciones generales. Ni se había montado el fenómeno del 15-M, verdadero experimento sociológico de fundaciones neoliberales en todo el mundo y que aquí contaron con las comparsas de socialistas y de izquierda unida, y de todo el radicalismo pequeño burgués de hijos de papas. Y, por supuesto, no se había aprobado Ley alguna de Reforma Laboral. Un 15-M repudiado por CCOO, UGT y Cayo Lara hace un mes y que, ahora, es cortejado por esos mismos desesperados personajes preocupados por el fracaso de una huelga general, que no está en el debate social de la calle.

En septiembre de 2010, Belén Barreiro, directora del CIS, se niega a manipular aún más los datos de esta institución y María Teresa Fernández de la Vega, la fulmina. La hecatombe prevista por el CIS es de tal tamaño que se ponen mano a la obra para minimizarla. El 20 de octubre de 2010, Rodríguez Zapatero remodela su gobierno y desde entonces la escalada de protesta en la calle va engrasando la máquina contra el futuro gobierno. Saben que se van y quieren perder por lo menos posible, y esperan volver con la agitación en la calle. Durante más de un año, Méndez y Fernández Toxo boicotearán toda negociación. Y, mientras, el país se va de vareta.

En ese viaje a la quiebra de España, los políticos y los chorizos que les han acompañado en la travesía van siendo acusados de prevaricación, de cohecho, de fraude discal, de tráfico de influencias. Los juicios se van convirtiendo en un espectáculo y por las salas de justicia van pasando ministros, generales y gobernadores de banco en el primer combate de Aznar contra la corrupción y de su promesa de regenerar la vida política, pero, como núcleo de un sistema consensuado entre los partidos, la corrupción se sobrepondrá a cualquier promesa regeneradora.

En esa búsqueda de entrar en la mitología, los políticos creen crecerse en los diluvios, creen que soportaran las pestes, las hogueras y la tristeza de su proceder ladrón Para Nietzsche, “¡Los españoles!, esos hombres quieren ser demasiado”.

Los últimos premios Nobel, Sargent y Sims, describen la crisis española con la metáfora del caos y describen su tormenta perfecta: recesión, paro y corrupción. Todos confían en el Anticiclón en pleno invierno y en escasas tormentas. Confían en que no lloverá y nadie recoge los enseres, que dejan al pairo para evitarse ese trabajo. Los políticos confunden la ventisca porque ellos mismos son la tempestad y, ahora, se trata de quemar la calle para que siga el tranquilo desorden.

Los ingresos caen, pero la presión permanente en la calle se acrecienta en el intento de llegar a la huelga general. Como dijera Largo Caballero, había que ganar el poder. Primero mediante las urnas, luego en la calle. El ejercicio del matonismo es una tendencia regresiva, pero fundamental y complementaria a la estrategia leninista de denigrar hasta aniquilar. Concentraciones ante los domicilios de alcaldes (Valencia), presidentes de CCAA (Madrid) y un largo etcétera antes de llegar al intento de agresión. No obstante, buena parte de los altos cargos impuestos por el PSOE continúan ejerciendo su actividad en gobiernos del PP.

¿Cuánto tiempo se necesitará para que la gente aprenda a pensar por sí mismos, sin depender de las consignas de ningún comité central?

Si unos sindicatos se movilizaron contra el pensionazo de Rodríguez Zapatero, el sindicalismo de clase se encontraba desaparecido. Si asociaciones de parados se movilizan contra el paro, el sindicalismo de clase prefiere acudir, el mismo día y a la misma hora, a rendir pleitesía al juez prevaricador por excelencia. Y en esa estamos los trabajadores, que si Pérez Rubalcaba y Cayo Lara quieren peces que se mojen el culo, y sus compinches dejen de robar, y nos dejen a los trabajadores en paz.

La huelga general del 29-M, al margen de la guerra de cifras que comportará, puede representar la fosa del mal llamado sindicalismo de clase, el de los piquetes informativos que no tiene ningún futuro. Ese sindicalismo de quienes decretan una huelga y no tienen nada que ver con los trabajadores llamados a ejecutarla. Unos trabajadores que perderán el sueldo, y posiblemente el puesto de trabajo, para mantener a una dirigencia sindical que no tiene nada que perder y que sólo piensa en mantener su puesto directivo y el sueldo que ello representa (más de cinco veces el de un sueldo de técnico por oposición de cualquier administración pública y con muchos años de servicios y de trienios acumulados).

La función sindical Sí que tiene futuro; pero, la de un sindicalismo que sepa qué es una empresa, que sepa qué es un país, que sepa qué es un trabajador, que sepa qué piensan realmente los trabajadores de hoy en día. Un sindicalismo sin liberados, sindicatos de trabajadores sostenidos por sus afiliados y con Caja de Resistencia y Solidaridad. Tal y como ya tienen algunos sindicatos en este país. Un sindicalismo en el que sus afiliados puedan decidir si convocan huelga, o no la apoyan, sin amenazas ni matonismo de ningún tipo. Un sindicalismo que forme a sus afiliados sin depender de los recursos de Fundaciones tripartitas ni del Estado. Como ocurre con la mayoría de los sindicatos libres, no dependientes, del mundo.

Y créanme que es para acabar hasta el moño por la falta de miras y del sectarismo del denominado sindicalismo de clase, que no tiene otra cosa más que aquella que se merece.

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