14/5/15

Tiempo de rebajas, imbecilidades, mentiras, montajes e insultos… Tiempo electoral

El paso inexorable del tiempo nos muestra cómo, a lo largo del año, las grandes cadenas comerciales lanzan campañas de rebajas para liquidar sus existencias de la temporada que fenece y para habilitar un espacio donde presentar los productos de la nueva temporada. Nos dicen que todo se liquida a un precio inferior, aunque, en ocasiones, el producto rebajado no es de la temporada ya pasada, sino otro con algunas taras o una calidad notoriamente inferior. Pero, siempre, el recurso a la rebaja está orientado a fidelizar al cliente.

También, ante cada proceso electoral, en sus programas y discursos, los partidos ofertan rebajas y promesas para ilusionar al auditorio con toda clase de servicios, sin importarles su coste y sin saber de dónde sacarán los recursos necesarios. Son duros a cuatro pesetas para acabar con todo lo malo y prometer un bienestar infinito.

Y como telón de fondo,se volverán a repetir las escenas de tomas de plazas en España en la jornada de reflexión de estas elecciones municipales y autonómicas. El viejo recurso a la demostración de fuerza para tratar de acojonar al contrario, llevará a sus promotores a multiplicar, sin rubor alguno, el número de manifestantes reales

Una semana de campaña es suficiente para almacenar sandeces de los candidatos y para decir: ¡basta! Con su impresionante cinismo y sus imbecilidades, las organizaciones se lanzan a captar y a fidelizar adeptos, aún a sabiendas de que es más fácil y barato mantener los propios adeptos que conseguir nuevos en el día a día. Obsesionados con ampliar su franja electoral como sea, se esfuerzan en captar aquellos indecisos que no saben, no contestan, y tratan de hacerlos suyos con diversas triquiñuelas tácticas.

Abducir al indeciso y reconvertir al desengañado

De forma presencial o de forma online tratan de conseguir nuevas conversiones para la Causa, aunque sea a costa de abducir a miembros de otras organizaciones. No obstante, el preferido suele ser el indeciso que no tiene definido su voto y circula por ahì despistado. Se podría decir que, a tal fin, adoptan los programas por puntos de las entidades comerciales, con los que recompensar el voto del elector, ampliándole las ventajas si llega a convertirse en afiliado, a quien se puede sorprender con regalos inesperados, para que su respuesta continúe siendo positiva en próximos comicios.

Campañas de correos electrónicos, generales o específicos, para saber qué le interesa realmente y qué estaría dispuesto a votar. Para ello, agrupan a los adeptos o clientes por antigüedad, por gustos afines o por necesidades sectoriales comunes, para remitirles la información adecuada y novedades sobre aquello que han manifestado ser de su interés. Un tipo de acción que comporta una tasa casi nula de efecto rebote.

¿Qué se pretende con ello? Pues, establecer relaciones duraderas y una red social permanente, a mantener con la creación de publicaciones dirigidas a los adeptos para agradecer su confianza y recompensar su fidelidad; organizar una red de comunicación de quejas, dudas, sugerencias… a la que deberán atender y dar una respuesta rápida; enviar la agenda de actividades y actos y el catálogo de servicios, productos de merchandising político, estudios y libros que servirán para dar a conocer sus propuestas y para financiar a la organización, al margen de su cuota y de las subvenciones y ayudas públicas.

En campaña electoral, los montajes se llevan buena parte del tiempo: todo se realiza en función de la conexión televisiva y de la posibilidad de aparecer en los medios de comunicación a base de grandes titulares, aunque el contenido de los mensajes sea escaso y efímero. Asegurarse la presencia en los medios y en las redes sociales resulta primordial. Controlar medios y periodistas es esencial. Colectivos de periodistas que, en aras de su supuesta objetividad informativa, deberían garantizar la presencia de todas las candidaturas presentadas, en la práctica, sin embargo, aborrecen, por ejemplo, los bloques informativos electorales que, de alguna manera, limitan a aquellos informadores que han hecho dejación de su función informativa para convertirse en correa de transmisión política.

Mítines, asambleas, conferencias, debates generales y específicos, suelen ser bastante pueriles y alejados de la realidad concreta que interesa al ciudadano. Ruedas de prensa, vídeos demoledores del contrario en las redes sociales, escraches, movilizaciones de la izquierda y de los antisistema contra sus adversarios, conforman el tiempo del insulto, de la amenaza, de la agresión y de la consiguiente retahíla de descalificaciones al contrario.

Del insulto a la descalificación y al escarnio

Es algo común en casi todos los candidato en campaña mostrarse suelto de lengua y recurrir a la bobada y a la estulticia. Buena parte de ellos han estado cobijados bajo las siglas más diversas, y las han ido cambiando a tenor de su suerte en la feria política. Y para mejor tentar a la suerte, en su desesperación por arañar votos, los partidos recurren a candidatas y candidatos más o menos guaperas. El candidato, que suele ser una persona limitada, personal y profesionalmente, al parapetarse tras unas siglas es como si recibiera una especie de iluminación que le impele a hablar como si supiera de todo, sin cesar y sin pensar. Quizás, por eso, en sus declaraciones públicas, ponen tantas veces las manos en un imaginario fuego por ellos mismos y por sus otros compinches cuando se trata de corrupción.

El recurso al escarnio viene de antiguo

De sus bravatas y dislates suelen irse de rositas porque los convencionalismos culturales y sociales hacen difícil precisar qué constituye, o no, un insulto. Una práctica cotidiana por más que, de boquilla, sea desaprobada y rechazada socialmente. Quien pronuncia palabras con la intención de lastimar, molestar u ofender a otra persona suele hacer referencia a la apariencia de ésta, a sus progenitores, a sus discapacidades físicas, a su sexualidad o a su capacidad mental.

En su afán por innovar el arte del escarnio, los candidatos, oradores del victimismo partidario, muestran una obsesión constante: crear nuevos insultos, que superen el concepto de palabra malsonante, mediante el uso de términos peyorativos y el desprecio continuo al adversario. Para dar originalidad y sonoridad a sus insultos abusan de la tercera persona del singular del presente de indicativo de un verbo a la que añaden un sustantivo en plural. Por ejemplo, llamar “juntaletras” al periodista o escritor que critica a un candidato o partido; llamar “chupatintas” para rebajar de categoría al contrario. O combinar dos sustantivos para conseguir el mismo fin, como con el término “espaldasmojadas” para describir a los mejicanos que, a través de Río Bravo, cruzan ilegalmente la frontera con EEUU. Una forma resultante que es invariable en género y número, pudiéndose usar para femenino, masculino, singular o plural.

Tratarán de descalificar al contrario para hacerle perder crédito, autoridad o valor ante el electorado general, resaltando, en su caso, cualquier infracción de las normas o provocando su despido, dimisión u ostracismo. Algunos sectarios precisan vejar a la persona adversaria para incomodarla, molestarla, humillarla de forma infame e insoportable; para conseguir irritarla hasta sacarla de sus casillas; para maltratarla psicológicamente y mortificarla hasta hacerla padecer como si de recibir un castigo se tratara; para ridiculizarla en público y denigrarla en su condición humana e, incluso, en escasas ocasiones, agredirla físicamente con palizas severas. Acusar al adversario sin concederle el beneficio de la duda y, a través de los medios que controlan, tratar de condicionar su presunción de inocencia ante la Justicia.

Es el tiempo electoral, ese tiempo en que alguna izquierda trata de revivir una desvanecida lucha de clases y de establecer la envidia igualitaria como motor de su acción, sin querer enterarse de que su pretérita lucha ha sido transformada por la extensión de la cultura, dejándola circunscrita al debate entre quienes pagan impuestos y aquellos otros que viven de esos impuestos y los que eluden su pago.

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