3/1/12

La Salud, instrumento de dominio

En su búsqueda incesante de chivos expiatorios tras los que parapetarse, algunos gobiernos se amparan en la irresponsabilidad, el nepotismo, el tráfico de influencias y la corrupción para gestionar las competencias disponibles en su nivel, y, de paso, financiar a las organizaciones políticas, sociales y sindicales que les dan apoyo. Incapaces de gestionar sus responsabilidades generan, habitualmente, más problemas de los que resuelven, y los eternizan para justificar su existencia y hacerse imprescindibles, para no matar la gallina de los huevos de oro.

En el Parlamento de Cataluña, vemos a la plana visible -Mas, Ortega, Mas-Colell y BoiRuiz- del conglomerado médico-farmacéutico que se sirve de la sanidad como instrumento de dominio

La Salud es uno de esos problemas cuya solución se eterniza, precisamente, para hacer vivir a la gente con temor, angustia y urgencia, con dependencia, siempre, de los jerifaltes de turno que la gestionan. Un proceso de justificaciones y condicionamientos para los usuarios, desarrollado a base de hechos y recomendaciones tendentes a imbuirles mala conciencia y a mantenerlos en un particular “equilibrio del terror”. En El concepto de angustia, Sören Kierkegaard dejaba escrito que “la angustia es el vértigo de la libertad”.

El estilo de vida en los países desarrollados, inmerso en un mundo en violencia y en una trama organizada de forma conflictiva, ha derivado hacia una multiforme neurosis que generaliza el sentimiento de angustia, que causa la sensación colectiva de permanente inseguridad, que mutila las vidas individuales y las somete a decisiones sobre las que no tienen intervención alguna, que deja a las personas alienadas en su trabajo bajo la presión del acoso y del despido, y sobre las que gravita el recuerdo de la muerte y el dolor, extendido por los medios de comunicación como una mixtificación presente en los hogares, que configura un universo psicológico al que se añaden amenazas tales como el miedo terrorífico a un holocausto nuclear o bélico.

Instrumentalizar la sanidad

La protección de la salud y el miedo a perder ésta origina un buen número de acciones de gobierno “para sostener la sanidad”, que justifican el incremento de impuestos y las grandes campañas mediáticas sobre la salud, que añaden necesidades sobre un conjunto de pacientes sometidos a un excesivo consumo médico-farmacéutico, absolutamente innecesario y que no supone mejora alguna en su salud, pero que les intoxica y les cronifica. Acciones que delimitan el futuro de un espléndido negocio, aquél que deja para la sanidad pública todos los procesos que implican intervenciones, tratamientos largos y costosos, y largas estancias en centros sanitarios.

Cientos de reiterativas visitas, programadas para recibir tratamientos cambiantes e inoperantes, son utilizadas para acusar al paciente de dilapidar recursos públicos con “su actitud que solamente aboca al país a un destino fatal”. Se hace vivir la salud con indefensión, con dependencia total a los nuevos “magos de la tribu” y se persuade a la población sobre la inutilidad de su resistencia ante el conglomerado médico-farmacéutico y su modelo de “ciencia médica interventora”, que anula la autonomía del paciente para que no opte por Autogestionar su propia salud y prevenir la de los suyos. Autogestión que reduciría, sin duda, listas de espera y dependencias de las familias a los medicamentos.

En las últimas décadas, “la ciencia oficial” ha tratado de ridiculizar, desprestigiar y eliminar aquellos conocimientos de sentido común y de medicinas complementarias que, prácticamente, existían en la mayoría de familias, y que, cada año, ahorraban millones de visitas espontáneas a médicos y a urgencias, y que hacían que aquellas sólo acudieran al médico si los síntomas no remitían. En este período de tiempo, el uso de las entidades gestoras de la sanidad pública, tan sólo en caso necesario, fue dinamitado por los propios gestores públicos, que hicieron de los fármacos y de la frecuentación innecesaria un método para acallar las preocupaciones de salud de la población, y para hacer florecer el negocio de multinacionales farmacéuticas y de la salud, que, ahora, a marchas forzadas, incitan a destruir la calidad del servicio público asistencial. Las multinacionales, que se juegan un gran volumen de negocio, se han lanzado a la caza del “paciente pardillo” para captarles sus ahorros. Por tanto, invierten más en parafernalia e imagen que en temas sanitarios.

En su estrategia de pactos secretos, el Govern de Artur Mas habló de obligar a suscribir pólizas de seguros privados en Cataluña, mientras fuerza el miedo recíproco de los pacientes, enfrentándolos entre sí, puesto que señala que si no funciona la sanidad pública los culpables son los ancianos que consumen mucho, los inmigrantes que abusan de los servicios, los parados que se pasan el día en las consultas, y así un largo etcétera. Por ello, sus fórmulas para salir de la crisis son la prepotencia, son el Artur Mas paternalista y conciliador, son la totalitaria mano invisible de los mercados que actúa como un elemento de reorganización económica que exige sufrimientos y los ahorros del conjunto de la sociedad, que son depositados en las arcas de las grandes corporaciones industriales transnacionales. Al identificarse con ellas sobre la base de sus intereses comunes, Artur Mas promueve una atmósfera psicológica que insensibiliza cualquier conciencia critica que desmitifique las falacias liberales.
Someterse, sucumbir o resistir
Con el soporte insensibilizador del mensaje publicitario, que invade todas las esferas de la existencia, el consumo y el ocio iguala a personas y grupos sociales, que pueden comprar y frecuentar lugares idénticos. En Intervención en Korkula, Herbert Marcuse señalaba que, aparentemente, las distancias se reducían por un hábil proceso de integración, pero, incluso en las zonas desarrolladas del planeta, “las decisiones sobre la vida y la muerte se toman a espaldas de la gran mayoría”. Tal y como sucede en la producción y en el consumo de servicios tan esenciales como los sanitarios.

La psicología experimental viene comprobando que si las personas creen que sus esfuerzos son inútiles, o que producen efectos contrarios a los deseados, inhiben su comportamiento, muestran tendencia a resignarse y suelen acabar en una depresión patológica al ver el futuro como algo impredecible, que les produce ese sentimiento de miedo que favorece su pasividad. En la estrategia sanitaria, la política de recortes es parte de ese equilibrio de terror, que no distingue raza, grupo social o nación, y que genera un clima semejante al de esa pesadilla que nos impide movernos, que nos imposibilita gritar y de la que no podemos despertar.

Como sociedad, necesitamos proyectar, realizar y reforzar nuestra capacidad ejecutiva; necesitamos imbuir en las personas una actitud activa, emprendedora, que valore el esfuerzo, la creatividad y la innovación para encarar el futuro con eficacia, condición sine qua non para sentir la propia competencia, demostrable con hechos y con el rechazo a lo miserable y a lo corrupto. Necesitamos promover, estimular, posibilitar y premiar el esfuerzo individual para verificar lo expresado en Una larga marcha por los norteamericanos Huberman y Sweezy, quienes al tratar sobre los conflictos sostenían que “hay tres formas de reaccionar ante una presión: someterse, sucumbir o resistir”.

Texto remitido al sindicato CGT para ser publicado en la sección de opinión de la revista Hospital Joan XXIII roig i negre, núm. 6 de Diciembre de 2011, pág. 6 y 7.

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