18/12/08

Un país en decadencia y una sociedad envilecida

La sociedad neoliberal no tiene nada que envidiar a cualquier régimen totalitario, actual o pasado. Aparentemente vencedora de la criminalidad nazi y comunista, ha acabado asumiendo lo peor de los valores y sistemas de ambos tipos de dictaduras.

George Orwell, en su obra 1984, describía una futura sociedad totalitaria controlada por los medios de comunicación, donde el pensamiento único era el camino a seguir y donde el control del Estado sobre los ciudadanos era evidente y perfeccionado. El Gran Hermano era el órgano controlado por el poder que lo domina y lo vigila todo. Con la excusa de combatir la delincuencia o el terrorismo, los edificios, las ciudades, las carreteras, y, pronto, cualquier lugar de paso acogerán la instalación todo tipo de tecnologías, con las cámaras de grabación como mecanismos más visibles, en un avance sin freno hacia una sociedad policial, donde se coarte a la gente y donde el individuo vaya perdiendo, poco a poco, su intimidad personal, sus libertades fundamentales, sus derechos públicos y privados hasta acabar entregando su dignidad en holocausto, para que sirva de carnaza a las fieras que andan sueltas por los parlamentos de la democracia liberal.



El ideólogo Marshall McLuhan profetizó la aldea global, en la que el sueño americano se confundía con la tecnocomunicación, para exterminar lo local e imponer la armonía y felicidad de una única realidad compartida. Para cumplir con la profecía, la política exterior norteamericana no escatimó esfuerzos y donde no cuajaba la estrategia geopolítica de Kissinger y Brzecinsky llegaba el napalm y toda suerte de criminalidad organizada como el extraordinario esfuerzo bélico televisado de la Guerra del Golfo, donde los países de la OTAN, bajo la excusa y la cobertura de ese organismo patético que es ya la ONU, vaciaron todos sus almacenes de armamento obsoleto al tiempo que probaban nuevas armas. Irak, Afganistán, Sahara y otros son los países donde veladamente continúan con su labor de “exterminio humanitario” y de fomento del “terrorismo internacional”.

El ansia de dominación financiera impone la globalización. El ciberespacio y su despliegue digital y la presión política del gran poder económico, conforman la tela de araña unificadora que consagra la hegemonía de las multinacionales mediante una avalancha de producción pensada y dirigida para el consumo de masas. La globalización ultraliberal devendrá de la imposición codiciosa de unos cientos de personas que esperan conseguir sus objetivos gracias a la indiferencia de la mayoría.

El Foro de Davos, buque insignia neoliberal con más de treinta años de existencia, ha validado sus propuestas y conclusiones, y su otro baluarte, el Banco Mundial, ha señalado, cínicamente, que las desigualdades sociales entre países y personas, entre ricos y pobres, se han multiplicado por 50. Ambos se defienden de esta hecatombe mundial, económica y social, porque el mundo es así y es inútil y perverso no aceptar esa realidad, ya que de lo contrario se derivarían mayores catástrofes humanas. De esta forma, la mundialización es consecuencia de la naturaleza humana y un fatalismo que escapa a todo control. Su ideología de crear riqueza es producir beneficios y acumular capital.


Sumida en la estrategia neoliberal, España es un país en decadencia con todos sus frentes abiertos, un campo de batalla donde ya sólo importa el Sálvese quien pueda en un marco de verdaderas ciudades sin ley. Es una sociedad envilecida por unas ideologías que justifican a unos políticos irresponsables cuyo progresismo encubre formas de nacionalsocialismos. Una sociedad envilecida donde los agresores se permiten insultar a las víctimas de sus agresiones mientras éstas yacen en el suelo y donde, posteriormente, los portavoces de los gobiernos tergiversan los hechos a pesar de la existencia de grabaciones que contradicen todas sus afirmaciones. Es innegable que los pueblos de las Españas soportan gobiernos incapaces de dar soluciones sin mermar derechos y libertades fundamentales; pero capaces de crear problemas que derivan en crisis. Unas crisis que se eternizan, que se hacen permanentes ante cada proceso electoral, y que acaban por afectar a las instituciones y al desarrollo de la vida política y social. Si la paz social comienza a tambalearse, quedará afectado, también, el entramado económico y productivo. Unos órganos políticos y legislativos que, para justificarse, producen miles de leyes que, una vez promulgadas, no tendrán eficacia alguna. Un conjunto normativo esencialmente disperso y contradictorio más preocupado en controlar, expedientar y sancionar que en dar soluciones a los problemas de hoy: terrorismo, inseguridad ciudadana, desempleo y empleo precario, especulación de servicios vitales como la vivienda… Don Ramón Mª del Valle Inclán y Montenegro dejó escrito, hace tiempo, que “¡Hablan de las leyes como de las cosechas!... Yo, cuando siembro, todos los años las espero mejores... Las leyes, desde que se escriben, ya son malas. Cada pueblo debía conservar sus usos y regirse por ellos”.

Inmersa de falacias neoliberales, España sucumbe a la abstracción cuando de libertades concretas se trata, y se somete a la predisposición autoritaria de sus gobiernos, que usan las instituciones para conducirla, en la práctica, hacia una sociedad totalitaria. Si se mira la producción legislativa, en ella se extiende el mundo de la prohibición, de la censura velada, del expediente y de la sanción como impera en cualquier autoritarismo. Frente a esta situación, los carlistas oponemos la democracia social como una alternativa al equilibrio de terror neoliberal, amparado en la violencia y en la permisión del microterror familiar, el psicoterror laboral y el establecimiento de un modelo mafioso para la gestión pública, que son utilizados como arma política. De esta farsa neoliberal se benefician el núcleo duro de la clase política dirigente; es decir, conservadores, nacionalistas, socialistas y los disfrazados de ecosocialistas. Las elites se globalizan para afrontar los “cambios reales” del sistema, que limitan y dividen a los trabajadores y que, en los países avanzados, reducen a meras comparsas los denominados partidos y sindicatos de clase.


En las circunstancias actuales, poco se puede esperar de un gobierno mantenido por una cohorte de partidos, que lo extorsionan política y económicamente. Cuando la realidad supera teorías políticas, leyes, reglamentos y otras normas emanadas para su control abusivo, es comprensible que la sociedad no aguante más, por mucha legitimidad de origen que arguyan quienes la explotan, y se alce contra las nuevas tiranías. Una legitimidad de ejercicio no sentida como efectiva por la gente anula toda posible legitimidad de origen. Una situación a la que no es ajena una oposición que va a la deriva desde que Aznar se comprometiera con Bush a actuar como auténtico cipayo de los intereses norteamericanos en el mundo, con la visible consecuencia del atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Sin sentido de Estado, gobierno y oposición se arrojan sus respectivas políticas antiterroristas para solaz de unos grupos independentistas esperanzados en delirios secesionistas adobados con historias de mundos que nunca existieron.


Nuestra democracia social opone el Foralismo al centralismo liberal y la globalización. Con el desarrollo del principio de subsidiariedad, exigimos respeto a los derechos forales y al ejercicio del pase foral, y al ejercicio del derecho a la autodeterminación para establecer nuevos lazos entre todos los pueblos de las Españas. Una democracia atenta al fenómeno de la globalización, que comporta nuevas tecnologías, nueva economía y cambios en la producción y en el Estado. Nuestra propuesta no parte de cero, sino que recoge la experiencia del desarrollo de un Estado Carlista en los territorios liberados y, también, de las experiencias autogestionarias, tanto pasadas como actuales, erráticas como posibilistas, desarrolladas en países como Alemania Federal, Argelia, Yugoslavia, Checoslovaquia, Israel, España o Hispanoamérica. La propuesta carlista de Autogestión no es una forma de utopía, ni una formulación pequeño-burguesa, ni una sacralización de la propiedad privada, ni es producto de una espontaneidad apolítica, ni tiene nada que ver con el voluntarismo de raíz fascista ni el individualismo liberal, ni es dadaísmo ni terrorismo. Sí es fruto de múltiples aportaciones de democracia social en libertad, que no acepta infantilismos izquierdistas en alocada sucesión dialéctica, al contrario es imaginación y disciplina. Un planteamiento para hacer viable su implantación, a pesar de las dificultades para su aplicación generalizada en la sociedad actual.


Los principios de la sociedad autogestionaria que proyecta el Carlismo marcan las características esenciales de la Autogestión de la producción, de la lucha, de los nuevos cambios y búsqueda de nuevos objetivos. La Autogestión social carlista se plantea como alternativa al capitalismo, -y al fascismo como fórmula capitalista en momentos de crisis-, y abarca cuestiones como la autonomía de la persona, de las clases populares y la autogestión como una relación social fundamental. Para el Carlismo, la autogestión se plantea también como cambio ideológico inscrito en la historia y en el ser humano, que supera el idealismo, el voluntarismo y el determinismo dialéctico, tanto a nivel de la sociedad como de los partidos de trabajadores y de las organizaciones sindicales, para crear las bases de un nuevo humanismo. Los carlistas planteamos, también, la Autogestión como cambio económico que supere la fase ideológica de la producción –el neoliberalismo, el socialismo autoritario y el neofascismo- y la consiguiente lucha de clases y que responda a la eterna pregunta ¿quién y por qué la impone?, y se pueda debatir sobre las funciones económicas. No olvidamos que la Autogestión tiene un valor como cambio político, sobre el análisis del Estado como problema y la contradicción entre éste y la autogestión, que lleve a las clases populares a la conquista de su autonomía, a la superación de la división del trabajo, a la conquista de la información y al desarrollo de la capacidad creativa. Un cambio que conduzca a una necesaria expropiación por interés social legítimo y utilidad pública para que las clases populares reapropien su capital expoliado por una militantocracia política y por una oligarquía terrateniente, financiera, industrial y militar.


Pero, también, se ha de entender la Autogestión como transformación ecológica. El Partit Carlí de Catalunya plantea como cuestión urgente los problemas ecológicos: 1.- La demografía, y sus efectos de contaminación y de subsistencia, y de crisis de las relaciones interpersonales, solucionables de acuerdo con las peculiaridades ecológicas del ser humano; 2.- El productivismo capitalista y socialista, su obsesión por la cantidad en perjuicio de la calidad, su descuido de las contaminaciones físico-químicas, los problemas ecológicos en el trabajo, la crisis energética que condiciona el modelo de desarrollo y las políticas energéticas que nos imponen el ciclo nuclear, del que derivan las enfermedades y falacias nucleares que se han de rebatir objetando los reactores nucleares; 3.- El Tecno-fascismo, o el triunfo aplastante de los postulados nacionalsocialistas en el neoliberalismo. Ante estos problemas ecológicos, el Carlismo propone el Comunitarismo como una alternativa ecológica, que enlace ecología y autogestión.


Las mujeres y hombres militantes del Partit Carlí de Catalunya queremos transformar la sociedad, tanto a nivel local, autonómico, nacional como internacional. No pretendemos reconstruir un sistema de explotación en cuyo desarrollo y aplicación nada tuvimos que ver, ni luchamos por un simple cambio de tortilla a la usanza de la izquierda tradicional, que nada resuelve. En nuestros inicios, el enfrentamiento con el liberalismo fue claro y explícito; actualmente, el neoliberalismo tiene nuestra más férrea oposición. Pretendemos conjugar la energía y la voluntad que aún subsiste en nuestro país para identificar las necesidades y prioridades de las clases populares.



Publicado en el libro La lucha silenciada del carlismo catalán, bajo el epígrafe de Una presencia permanente. VIII.- Un país en decadencia y una sociedad envilecida (Biblioteca Popular Carlista, núm. 17 , Ediciones Arcos, Sevilla 2007)

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