2/12/08

De Mezquitas y de mis amigos

Todos me conocéis desde hace muchos años. Desde siempre he tenido una sola fe y un solo partido, el Partido Carlista. Sabéis, por tanto, de mis responsabilidades en el partido y de mi entrega a la causa común de todos. Como la de muchos de vosotros, mi historia personal se confunde con la del movimiento obrero y popular. Con una militancia sindical de más de tres décadas, comparto la lucha de los derechos humanos a través de Amnistía Internacional con otras muchas personas, o la defensa de los consumidores a través de la OCU. Mi opinión la he ido plasmando a lo largo de varias décadas en publicaciones tan variadas como Esfuerzo Común, Andalán, Destino y otras publicaciones periódicas. Por supuesto que, también, en muchas de las publicaciones que editó o edita mi Partido. En algunas de ellas, mi firma ha coincidido con la de varios de los integrantes de esta polémica.


Como la totalidad de los miembros de mi partido, y la inmensa mayoría de las personas que integran los pueblos de las Españas, tan sólo dispongo de las manos y del cerebro para ganarme la vida honradamente, sin tener que deber nada a nadie.


A todos los que han intervenido en la polémica de la Mezquita y en otras anteriores los considero mis amigos. Pero, por circunstancias de la vida, con unos me he relacionado más que con otros. Por haber coincidido geográficamente con ellos más tiempo, mi amistad con Al Mansur y Joaquín es una relación fraternal. Por ello, a pesar de las pequeñas diferencias que puedan existir entre nosotros, quiero expresar aquí que pongo mi mano en el fuego por ellos.


Recuerdo perfectamente cuando conocí a Joaquín o Al Mansur. A uno de maestro en Monistrol de Montserrat, al otro de vecino de S. Andrés de la Barca y currante en Barcelona. Con ambos establecí una amistad, que siempre he considerado fraternal, y que mantenemos hasta hoy mismo. Juntos hemos compartido muchas ilusiones y actividades en pro del Partido y del movimiento obrero y popular.


Recuerdo el despacho clandestino que Al Mansur tenía a su nombre en la Travesera de Gracia en Barcelona (esquina con la calle Gran de Gracia), a unos cientos de metros de la subcentral de Correos, donde yo disponía de un apartado de correos que era utilizado para la propaganda del partido. En ese despacho, que Al Mansur mantuvo durante años, estaba situada una grabadora de clichés electrónicos que era utilizada para la confección de las publicaciones ilegales del Partit Carlí de Catalunya, que se editaban en un local a mi nombre de la calle Francisco Aranda de Barcelona. En unos tiempos en que una caída del aparato clandestino de propaganda era una posibilidad real y diaria, la confianza del uno en el otro no podía más que ser absoluta. Los cambios, posteriores, que se hicieron por seguridad, eran conocidos por él y yo. Nunca tuvimos la más mínima incidencia ni peligro cierto de intervención policial. Hoy, como ayer, conservo mi más absoluta confianza en él. Hoy, como ayer, me honro públicamente de su amistad.


Tampoco, puedo olvidar que Al Mansur, mucho mejor situado económicamente que nosotros, no dudaba en pagar a escote gran parte de la propaganda que se editaba. Sobre todo, la profusión de octavillas que se distribuyeron por centros de enseñanza, tajos y empresas. Ni puedo ocultar que su dedicación al Partido cubría la mañana, tarde y noche, ya que en su actividad laboral podía despistar algunas horas, que entregaba al partido. Él diseñó múltiples acciones, como el lanzamiento de propaganda desde la terraza del Corte Inglés de Plaza Cataluña de Barcelona. Con él corrí por las calles de Cornellà, cuando por la noche estábamos realizando una pintada y desde el fondo de la calle una pareja de tricornios, con sus siluetas sombreadas por la luz de la noche, nos dio el alto y preparaban sus armas para disparar.


A mí personalmente, desde 1984 me ha facilitado contactos con carlistas a quienes, por circunstancias laborales o vitales, les habíamos perdido la pista. Y gracias a él, volvieron a contactar con el Partido.


Y haciendo un salto en el tiempo, me sitúo en 2004. Durante las elecciones de este año, él desinteresadamente ha prestado más colaboración al Partido que un buen número de los que se titulan militantes del mismo. Y no quiero entrar en más detalles, pero es un acto de Justicia reconocerlo públicamente.


Como todos, hemos dudado en ocasiones de nuestras más profundas creencias, y legítimamente, cada uno ha considerado la opción que creía más acorde con sus sentimientos. Ante esa libertad de optar no puedo manifestar más que mi más absoluto respecto y mi defensa de tamaño acto de libertad personal. Por ello, cualquier mención difamatoria o insultante, o cualquier ataque que se haga sobre la libertad religiosa encontrará en mi a un claro opositor. No podemos volver a la Inquisición, pero tampoco a ese anticlericalismo de los siglos dieciocho, diecinueve o veinte. No olvidemos nunca que Religión deriva de Re-ligare, o lo que es lo mismo UNIR.


Cada persona puede opinar sobre cualquier aspecto de la vida, siempre que lo haga sin insultar ni tratar de vejar a su oponente, y entre todos hemos de aprender ese mínimo respeto exigible a todo ser humano. Por eso, sobran los guardianes de las ortodoxias y de no se sabe qué purezas ni lindezas ideológicas. Si, de verdad, existe respeto por las opiniones de los demás, no cabe hablar de traidores, ni realizar adjetivaciones de semejante estilo. Es plenamente legítimo que una persona pueda, a lo largo de su vida, cambiar de opinión y defender otras opciones tan lícitas como las que profesaba hasta ese momento.


Todos cuantos han intervenido en esas polémicas con “el de Málaga”, indudablemente, han tenido cientos de aciertos en sus otras intervenciones en el Foro; por eso, si alguna vez se ha cometido un error, qué cuesta reconocerlo y disculparse por él. El mantenella y no enmendalla no conduce a nada, salvo a crearse enemistades gratuitas que pueden durar por los siglos de los siglos.


Enemistarse, en estos momentos en que el neoliberalismo avasalla a diestro y siniestro, es un lujo que las clases populares de las Españas, no nos podemos permitir. Son tiempos de aglutinar todas las fuerzas posibles, porque el adversario –el salvaje capitalismo monopolista disfrazado de democracia formal- se muestra con mayor capacidad imperialista que nunca, con mayor disposición para adocenar las mentes y los espíritus de las clases populares.


Pensemos entre todos que, a pesar de las apariencias, este siglo no será precisamente el de la transparencia y objetividad informativa, sino el de la desinformación, el de la manipulación y el control férreo de cualquier noticia, de cualquier evento, de cualquier acción política que no se acoja al paraguas del pensamiento único neoliberal. Un sistema que dispone de poderosos medios para invadir las regiones más recónditas del planeta con sus mensajes, en los que la mentira, la ocultación y los bailes de cifras se convierten en todo un ejercicio para desinformar a la población. En nuestro país la tergiversación es diaria en la información, por ejemplo, sobre el país vasco, los movimientos alternativos y antiglobalización, o sobre el carlismo.


Estamos, pues, ante una lucha desigual en la que nos necesitamos todos, independientemente de la opción política concreta de cada cual, para poder hacer frente a la avalancha que nos viene encima. Nuevo proceso desamortizador de bienes públicos, proceso de reprivatización del poder público por las oligarquías autonómicas, instauración de un nuevo orden en el que los Organismos internacionales no son otra cosa que meras comparsas, proceso de despolitización de la gente mediante concentraciones multitudinarias o los medios de comunicación que son utilizados para dar las órdenes transmitidas por el imperio. Ya no se trata tan solo de disentir y criticar las políticas neoliberales, se impone la contrainformación como medio de acción política, de difundir las luchas sociales y locales y de dar a la resistencia de las clases populares un carácter de transformación.


Unas clases populares que son tratadas a diario con desprecio, con explotación y con soberbia para desmovilizarlas y hacerlas sentirse ajenas a las injusticias sufridas por otros. El Carlismo es ajeno al concepto de masas y ha asumido siempre el concepto de Pueblo, como conjunto de personas con una conciencia y una pertenencia a un ideal colectivo, que le insta a tener derechos y cumplir obligaciones, y a ser sujeto de su propia transformación.


Por ello, yo pediría a todos que nos dejásemos de polémicas estériles y aglutináramos nuestras fuerzas para ponerlas al servicio de los pueblos de las Españas. Un concepto en el que todos cabemos sin discriminación y con dignidad, sin tener que renunciar a ápice alguno de nuestro propio ser.


Julio Gómez Bahillo

(29.07.2004 - Intervención en el Foro de Debate del Partido Carlista)

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