14/3/14

Sencillamente, repugnante

El conseller de Salut de la Generalitat de Catalunya, Boi Ruiz, hace un tiempo estableció el axioma de que la salud “no és un problema social, sinó personal”. Ahora, el miércoles 12 de marzo, en el pleno monográfico sobre la pobreza en el Parlament, reconoce que con la crisis sólo existe un aumento de problemas de “salud mental y emocional”. Y justifica el incremento de enfermos por “la peor percepción de las clases más débiles y sin estudios”.

El conseller Boi Ruiz señala, como principal consecuencia de la relación entre pobreza y salud, que "Objetivamente, las clases más débiles son las que más frecuentan el sistema sanitario"

Escaso nexo entre la crisis, la pobreza y el aumento de las enfermedades es lo que opina el responsable de Salut. ¿Qué experiencia de la vida tendrá el conseller, para expresarse de esa forma?

Esa interrelación la conozco desde los seis años, cuando acompañábamos a mi padre a visitar y llevar ayudas a personas en situación de extrema necesidad. La consecuencia de la falta de recursos les predisponía a padecer ciertas enfermedades y déficits de salud, sin que desvariaran en absoluto. También, conozco esa obsesión actual de algunos miembros de la profesión médica que justifican casi todo por la salud mental de los pacientes. Recuerdo que cuando mi padre indicaba su edad, 97 años, a la facultativa que le atendía, ésta escribía en la historia clínica: “demencia senil”. Al decirle a mi padre lo que estaba escribiendo, le preguntó, en alemán, a la doctora “en qué pedrea le había tocado el título de medicina”. Como la médica insistía en su apreciación, le hizo la misma pregunta en inglés. La médica, en catalán, se reforzaba en su diagnóstico al preguntarme desde cuando mi padre decía frases inconexas. Mi padre, riéndose, le repitió la pregunta en francés. Cuando le traduje sus palabras a la facultativa, ésta tachó lo que tenía escrito. Aquél día, la facultativa comprendió que el ser mayor no era, en sí mismo, ninguna enfermedad.

Pero, qué se puede esperar de un consejero que relaciona el fracaso escolar en Cataluña al consumo de porros, y se olvida que en su sistema educativo una parte del profesorado está escasamente preparado, que al profesorado se le concede escasa autoridad o que ese sistema haya convertido la enseñanza en un mecanismo de adoctrinamiento nacionalista. No obstante, el conseller tiene razón cuando dice que el consumo de determinadas sustancias produce un "efecto acumulativo" que afecta a las capacidades cognitivas.

Sin embargo, al conseller le cuesta reconocer la malnutrición infantil, a pesar de los protocolos establecidos entre las consejerías de Salut, Enseñanza y Bienestar Social y Familia. No le apetece aceptar que las madres subalimentadas tengan problemas para amamantar a sus hijos, ni que la pobreza de enfermos de VIH, tuberculosis o trastornos mentales limita su acceso a ciertos recursos sanitarios y alimentarios, aunque diga que la Generalitat “está garantizando el acceso de todos ellos a la medicación con ayudas" para sufragar el copago. O que la pobreza de los ancianos sea consecuencia de la nada.

Mientras, la vida cotidiana de millones de personas discurre bordeando la miseria, partidos y sindicatos siguen discutiendo si son galgos o son podencos, al tiempo que siguen a la sopa boba que emana del Estado.

A lo largo de la vida, he podido comprobar que, para sobrevivir, muchos ancianos han tenido que vender sus muebles, y en las paredes de sus casas ha quedado la sombra del armario, de la librería, del estante, del anaquel, la repisa, el arcón, la cómoda, el ropero, el aparador o la alacena. Vendida la cama, han de dormir en el suelo y comer sus escasos alimentos sin poderse sentar en una silla, hasta que las organizaciones católicas les proveen de camas, mesas para comer y sillas donde sentarse. Pero, la “Generalitat nacionalista” sigue considerando que todo es consecuencia de la “mala cabeza de la gente”. Por eso, ha dispuesto un programa de prevención de suicidios, junto a decenas de programas con los que continuar con el paripé. ¡Casi ná! Lamentable es poco. Sencillamente, repugnante.

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