19/1/12

Adiós, muy buenas, don Manuel

Manuel Fraga Iribarne ha muerto. No hablaré de su trayectoria personal, tan al uso en estas horas. Son muchos sus claroscuros y muchas sus listas negras.

Su orquestación de la agresión terrorista en el Montejurra-76 le invalidó para todo intento de conseguir la jefatura del Gobierno

Se dice que durante su estancia como embajador en Londres promovió la creación del centro político en España. Veamos cuáles eran sus concepciones centristas. En el Londres del lunes 20 de mayo de 1974, en un almuerzo con la prensa, un redactor de la agencia Reuter le preguntó sobre la legitimidad del nuevo gobierno y Fraga, tras consumir un reserva de Cune, fuera de sí, dio esta respuesta: “¡Con la legitimidad de las metralletas!”. En septiembre de 1975, también en Londres, declaraba: “A cierta gente, yo no la fusilaba. Habría que colgarla por los cojones”.

En el haber de Fraga, entre otros muchos episodios, debería contar la Semana Trágica de Vitoria, las muertes y heridos del Montejurra-76, la creación de los grupos terroristas BVE o ATE, la voladura del diario Madrid o la persecución y tortura de José Antonio Novais, corresponsal del diario Le Monde.

Culpable, el agredido

Durante su estancia en el Ministerio de Gobernación, Manuel Fraga se caracterizó por culpabilizar siempre a las personas que eran agredidas como consecuencia de sus órdenes directas. Los agredidos siempre se disparaban sobre ellos mismos. ¡La locura, vamos!

Véase el caso de Vitoria. El día 3 de marzo de 1976, se ordena a la policía gasear a los huelguistas encerrados en la iglesia de San Francisco, sin importarles la presencia de ancianos y niños en su interior, para una vez en la puerta ametrallarlos en su huída. La nota oficial del Ministerio de Fraga fue la siguiente: “La actuación de las fuerzas del orden ha estado dirigida a proteger el ejercicio de las libertades individuales y a responder ante las situaciones de coacción o violencia física que con toda claridad han vulnerado estos principios”. En rueda de prensa posterior, Fraga amenaza con su brazo y dice; “El que no haya aprendido la lección de Vitoria, él vera lo que hace. El país, desde enero, está sometido a una tensión social mayor de lo normal, en gran parte politizada. Esto se ha plasmado a lo largo y ancho del país. Por tanto, venir ahora a preguntar por que no hemos venido antes a Vitoria o a otro sitio, a mi me parece que esa pregunta no entra dentro del tema de responsabilidades. Desde luego, el que quiera plantear la lucha, la tendrá. Con todas sus consecuencias. ¡Dejémonos de pamplinas!”. La Diputación Foral de Álava y el Ayuntamiento de Vitoria protestaron por la brutalidad de los guardias sin hacer mención a ningún policía herido.

Tras la semana trágica de Vitoria, Fraga consiguió aunar en rededor suyo a la oposición, al Régimen continuista y a los franquistas mutantes: ¡Todos pedían su dimisión!, salvo el teniente general Campano –director general de la Guardia Civil y estratega de las ráfagas de metralleta-, el general Santiago Díaz de Mendívil –Ministro del Ejército- y el general Prada Canillas –gobernador militar de Álava-. Fraga y su banda pretendía el estado de excepción y la constitución de un gobierno de emergencia que desmontara los planes del franquismo mutante de los Alfonso Osorio, Torcuato Fernández Miranda o Adolfo Suárez.

Especial inquina contra el Carlismo

No puedo pasar por alto la especial inquina que Manuel Fraga mostró siempre al Carlismo.

Sin duda, realizó muchos trabajos sucios contra el carlismo, como el estado de excepción de 1969 que siguió a la expulsión de la familia Borbón-Parma de España y a la muerte del estudiante Enrique Ruano, que mostraba un impacto de bala en su clavícula. Si su ley de prensa de 1966 prescindía de la censura previa, dejaba la libertad de prensa al arbitrio y voluntad restrictiva de la autoridad de turno. Así el régimen, sometió a expedientes y sanciones, y procedió a anular la autorización que permitía la publicación de la revista Montejurra. Impidió la distribución de la revista Esfuerzo Común en los quioscos de las estaciones de Renfe. ¡Como si los carlistas no viajaran! Viajaban y luchaban, a pesar de que la calle y la represión fueran de Fraga. Esfuerzo Común, gracias a la ley de prensa de Fraga, se la llegaría a conocer como Secuestro Común por acumular secuestros, censuras, sanciones y multas administrativas de todo tipo.

A los treinta días de la matanza de Vitoria, en el despacho de Manuel Fraga Iribarne se reunieron el teniente general Campano, Antonio María Oriol, José Luis Zamanillo y Sixto de Borbón. Fraga les exigió un mínimo de 5.000 partidarios para emprender la Operación Reconquista de Montejurra, que estaría apoyada por la Guardia Civil y la Policía Armada, y que contaría con una vanguardia de reventadores compuesta por: legionarios, ustachis croatas, misinos italianos, exigentes de la PIDE portuguesa de Oliveira Salazar, pistoleros de la Triple A Argentina, miembros de la OAS residentes en España y habitualmente utilizados por el franquismo para sus atentados contra enemigos políticos, así como miembros de la contra cubana de Miami, agentes chilenos de Pinochet, entre otros miembros de la Internacional Fascista. Los gobiernos civiles facilitarían autobuses y dinero para reventar el acto y para trasladar a los matones de sus respectivas provincias. Alumnos de centros universitarios y de bachillerato fueron llevados expresamente por los agresores hasta la Campa de Irache, pero al ver cómo derivaba el asunto huyeron despavoridos entre el arbolado del Montejurra.

Octavilla carlista que se distribuyó en centros de trabajo y de estudio al día siguiente de la agresión fascista en el Montejurra-76

En el acto de Montejurra del 9 de Mayo de 1976, se produjo el intento de genocidio contra el carlismo, planificado, organizado y avituallado por el Gobierno de Carlos Arias y por miembros del Consejo de Estado, y de otras altas magistraturas del Estado. En este caso, el continuismo franquista y los franquistas mutantes unieron sus fuerzas contra el Pueblo Carlista y la Dinastía Legítima. Pretendieron liquidar a Carlos Hugo de Borbón Parma y al Pueblo Carlista en el acto político del Partido Carlista.

Como hiciera con los sucesos de Vitoria, Fraga se fue de viaje a América. Sin rodeos, Rodolfo Martín Villa criticó la decisión de Fraga con estas palabras: “Se marchó a Venezuela cuando en Montejurra ya había un muerto”. Ante los ojos de más de 500 agentes de la Policia Armada y de la Guardia Civil pasaron las metralletas con trípode, las mariettas, las pistolas y granadas que portaban los grupos fascistas agresores, cuyo símbolo patético fue el hombre de la gabardina. Desde el día 4 de mayo, unos doscientos agresores –portugueses, argentinos, italianos…- se paseaban por las dependencias del Hotel Irache y en la misma Estella hicieron ostentación de armas. En las carreteras de acceso a esta ciudad hubo férreos controles con guardias cada cincuenta metros que dificultaban poder llegar a su interior. Sin embargo, tras la agresión, la Guardia Civil y la Policía permitieron la huída de los mercenarios de Sixto.

En declaraciones, muy posteriores, a la prensa francesa, inglesa y norteamericana culpó a los instigadores y a los que le sustituían en su ausencia. “No realicé más que dos viajes al exterior en aquellos difíciles meses: el de Bonn, que coincidió con los sucesos de Vitoria y el de Venezuela, durante el cual se produjo el grave choque de Montejurra. En ambos casos yo no estaba en mi despacho y el titular de Gobernación era Adolfo Suárez”. Sin embargo, al regresar de Venezuela declaró: “Lo primero que tengo que decir, porque conviene que se sepa, es que yo estaba aquí mientras ocurrieron estos hechos y no me fui hasta que terminaron. Asumo la plena responsabilidad de lo que haya ocurrido y lo digo con todas las consecuencias”.

El gobierno Arias no dio explicación alguna sobre la agresión en Montejurra, y el Fraga que asumía la responsabilidad del desastre, a los quince días, acusaba reiterada y públicamente a Adolfo Suárez. “Pregunten a don Adolfo Suárez por lo que pasó: ¡yo estaba de viaje!

Con la Operación Reconquista, Manuel Fraga vio la oportunidad de recuperar la confianza perdida del Jefe del Estado tras la semana trágica de Vitoria y, por ello, se empleó tan a fondo. En su obsesión megalómana confiaba que con este servicio obtendría nuevos méritos para pilotar la reforma y la posterior transición. Pero, su intemperancia y su agresividad de todo tipo le imposibilitarían para tal cometido.

Al final de su vida, declararía que “Yo no he sido cómplice de ninguna dictadura. Sólo tengo motivos de satisfacción de lo que hice entonces en mi propia conciencia”.

¿Se merece algún comentario más un personaje de su ralea? ¡Que descanse en paz!, si puede. A quienes nos consideró su enemigo, no nos queda otro remedio que rezar por el eterno descanso de su alma, que buena falta le hará nuestra oración dada su agresiva trayectoria llena de soberbia.
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3/1/12

La Salud, instrumento de dominio

En su búsqueda incesante de chivos expiatorios tras los que parapetarse, algunos gobiernos se amparan en la irresponsabilidad, el nepotismo, el tráfico de influencias y la corrupción para gestionar las competencias disponibles en su nivel, y, de paso, financiar a las organizaciones políticas, sociales y sindicales que les dan apoyo. Incapaces de gestionar sus responsabilidades generan, habitualmente, más problemas de los que resuelven, y los eternizan para justificar su existencia y hacerse imprescindibles, para no matar la gallina de los huevos de oro.

En el Parlamento de Cataluña, vemos a la plana visible -Mas, Ortega, Mas-Colell y BoiRuiz- del conglomerado médico-farmacéutico que se sirve de la sanidad como instrumento de dominio

La Salud es uno de esos problemas cuya solución se eterniza, precisamente, para hacer vivir a la gente con temor, angustia y urgencia, con dependencia, siempre, de los jerifaltes de turno que la gestionan. Un proceso de justificaciones y condicionamientos para los usuarios, desarrollado a base de hechos y recomendaciones tendentes a imbuirles mala conciencia y a mantenerlos en un particular “equilibrio del terror”. En El concepto de angustia, Sören Kierkegaard dejaba escrito que “la angustia es el vértigo de la libertad”.

El estilo de vida en los países desarrollados, inmerso en un mundo en violencia y en una trama organizada de forma conflictiva, ha derivado hacia una multiforme neurosis que generaliza el sentimiento de angustia, que causa la sensación colectiva de permanente inseguridad, que mutila las vidas individuales y las somete a decisiones sobre las que no tienen intervención alguna, que deja a las personas alienadas en su trabajo bajo la presión del acoso y del despido, y sobre las que gravita el recuerdo de la muerte y el dolor, extendido por los medios de comunicación como una mixtificación presente en los hogares, que configura un universo psicológico al que se añaden amenazas tales como el miedo terrorífico a un holocausto nuclear o bélico.

Instrumentalizar la sanidad

La protección de la salud y el miedo a perder ésta origina un buen número de acciones de gobierno “para sostener la sanidad”, que justifican el incremento de impuestos y las grandes campañas mediáticas sobre la salud, que añaden necesidades sobre un conjunto de pacientes sometidos a un excesivo consumo médico-farmacéutico, absolutamente innecesario y que no supone mejora alguna en su salud, pero que les intoxica y les cronifica. Acciones que delimitan el futuro de un espléndido negocio, aquél que deja para la sanidad pública todos los procesos que implican intervenciones, tratamientos largos y costosos, y largas estancias en centros sanitarios.

Cientos de reiterativas visitas, programadas para recibir tratamientos cambiantes e inoperantes, son utilizadas para acusar al paciente de dilapidar recursos públicos con “su actitud que solamente aboca al país a un destino fatal”. Se hace vivir la salud con indefensión, con dependencia total a los nuevos “magos de la tribu” y se persuade a la población sobre la inutilidad de su resistencia ante el conglomerado médico-farmacéutico y su modelo de “ciencia médica interventora”, que anula la autonomía del paciente para que no opte por Autogestionar su propia salud y prevenir la de los suyos. Autogestión que reduciría, sin duda, listas de espera y dependencias de las familias a los medicamentos.

En las últimas décadas, “la ciencia oficial” ha tratado de ridiculizar, desprestigiar y eliminar aquellos conocimientos de sentido común y de medicinas complementarias que, prácticamente, existían en la mayoría de familias, y que, cada año, ahorraban millones de visitas espontáneas a médicos y a urgencias, y que hacían que aquellas sólo acudieran al médico si los síntomas no remitían. En este período de tiempo, el uso de las entidades gestoras de la sanidad pública, tan sólo en caso necesario, fue dinamitado por los propios gestores públicos, que hicieron de los fármacos y de la frecuentación innecesaria un método para acallar las preocupaciones de salud de la población, y para hacer florecer el negocio de multinacionales farmacéuticas y de la salud, que, ahora, a marchas forzadas, incitan a destruir la calidad del servicio público asistencial. Las multinacionales, que se juegan un gran volumen de negocio, se han lanzado a la caza del “paciente pardillo” para captarles sus ahorros. Por tanto, invierten más en parafernalia e imagen que en temas sanitarios.

En su estrategia de pactos secretos, el Govern de Artur Mas habló de obligar a suscribir pólizas de seguros privados en Cataluña, mientras fuerza el miedo recíproco de los pacientes, enfrentándolos entre sí, puesto que señala que si no funciona la sanidad pública los culpables son los ancianos que consumen mucho, los inmigrantes que abusan de los servicios, los parados que se pasan el día en las consultas, y así un largo etcétera. Por ello, sus fórmulas para salir de la crisis son la prepotencia, son el Artur Mas paternalista y conciliador, son la totalitaria mano invisible de los mercados que actúa como un elemento de reorganización económica que exige sufrimientos y los ahorros del conjunto de la sociedad, que son depositados en las arcas de las grandes corporaciones industriales transnacionales. Al identificarse con ellas sobre la base de sus intereses comunes, Artur Mas promueve una atmósfera psicológica que insensibiliza cualquier conciencia critica que desmitifique las falacias liberales.
Someterse, sucumbir o resistir
Con el soporte insensibilizador del mensaje publicitario, que invade todas las esferas de la existencia, el consumo y el ocio iguala a personas y grupos sociales, que pueden comprar y frecuentar lugares idénticos. En Intervención en Korkula, Herbert Marcuse señalaba que, aparentemente, las distancias se reducían por un hábil proceso de integración, pero, incluso en las zonas desarrolladas del planeta, “las decisiones sobre la vida y la muerte se toman a espaldas de la gran mayoría”. Tal y como sucede en la producción y en el consumo de servicios tan esenciales como los sanitarios.

La psicología experimental viene comprobando que si las personas creen que sus esfuerzos son inútiles, o que producen efectos contrarios a los deseados, inhiben su comportamiento, muestran tendencia a resignarse y suelen acabar en una depresión patológica al ver el futuro como algo impredecible, que les produce ese sentimiento de miedo que favorece su pasividad. En la estrategia sanitaria, la política de recortes es parte de ese equilibrio de terror, que no distingue raza, grupo social o nación, y que genera un clima semejante al de esa pesadilla que nos impide movernos, que nos imposibilita gritar y de la que no podemos despertar.

Como sociedad, necesitamos proyectar, realizar y reforzar nuestra capacidad ejecutiva; necesitamos imbuir en las personas una actitud activa, emprendedora, que valore el esfuerzo, la creatividad y la innovación para encarar el futuro con eficacia, condición sine qua non para sentir la propia competencia, demostrable con hechos y con el rechazo a lo miserable y a lo corrupto. Necesitamos promover, estimular, posibilitar y premiar el esfuerzo individual para verificar lo expresado en Una larga marcha por los norteamericanos Huberman y Sweezy, quienes al tratar sobre los conflictos sostenían que “hay tres formas de reaccionar ante una presión: someterse, sucumbir o resistir”.

Texto remitido al sindicato CGT para ser publicado en la sección de opinión de la revista Hospital Joan XXIII roig i negre, núm. 6 de Diciembre de 2011, pág. 6 y 7.

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