16/2/09

Medios y conspiración del silencio

A mediados de los años ochenta, como cada día a las 15,15 horas, después de trabajar tomaba el tren para desplazarme a Barcelona donde estudiaba Derecho en la Universidad de Barcelona. Una de esas tardes en que el profesor no se presentaba a clase, tres alumnos aprovechamos la ausencia para dirigirnos al Corte Inglés de la Diagonal para comer algo. A unos metros de distancia de la puerta, vimos que se había desprendido un trozo de cornisa del edificio y que había alcanzado a un viandante que resultó muerto. Cubrieron el cuerpo y un vigilante y un responsable del centro comercial esperaban al juez de guardia y a una ambulancia. Hacía ya unos años que había acabado mis estudios de Periodismo y desde una cabina próxima al lugar realicé unas llamadas a diversos medios para dar la noticia. El suceso no apareció en la prensa por la sencilla razón de que si se hacían eco de la noticia, los medios perdían la publicidad de esa gran empresa.

Ahora, la crisis económica ataca directamente a ese barco a la deriva que son los medios de comunicación cuando se les reduce la inversión publicitaria, cuando aparecen los gratuitos, cuando surgen nuevas tecnologías que aumentan la competencia entre ellos y cuando Internet hace tumbar las ventas y comienza a captar la inversión en publicidad. Con la caída de los resultados económicos, la primera acción empresarial ha sido la reducción de plantillas, preferentemente en los grupos Zeta y Prisa, que ha de llevar a reflexionar sobre la función social del periodismo. Las jubilaciones anticipadas rompen el aprendizaje entre generaciones y la reducción de las redacciones empobrece la calidad de los medios. En este contexto todos parecen depender de las subvenciones de los poderes públicos y nadie se la quiere jugar por un devaneo.

El 7 de mayo de 2008, el Diario El País, otorgaba al periodista y fotógrafo Gervasio Sánchez el Premio Ortega y Gasset. Numerosos medios de comunicación cubrían el acto y entre el público se hallaban presentes la vicepresidenta del gobierno, Mª Teresa Fernández de la Vega, el presidente del Senado, varios ministros, Esperanza Aguirre y el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón.

Como otros homenajeados, al recoger el premio, Gervasio Sánchez dirigió un breve discurso al ilustre público que, por su contenido, fue condenado al ostracismo por todos los medios de comunicación. No hacen falta más comentarios. Para comprender la actitud de la prensa ante un mensaje que disgustó profundamente al poder, sólo hace falta leer sus palabras.


“Estimados miembros del jurado, señoras y señores:
Es para mí un gran honor recibir el Premio “Ortega y Gasset” de Fotografía, convocado por El País, diario donde publiqué mis fotos iniciáticas de América Latina en la década de los ochenta y mis mejores trabajos realizados en diferentes conflictos del mundo durante la década de los noventa, muy especialmente las fotografías que tomé durante el cerco de Sarajevo.

Quiero dar las gracias a los responsables de Heraldo de Aragón, del Magazine de La Vanguardia y la Cadena Ser por respetar siempre mi trabajo como periodista y permitir que los protagonistas de mis historias, tantas veces seres humanos extraviados en los desaguaderos de la historia, tengan un espacio donde llorar y gritar.

No quiero olvidar a las organizaciones humanitarias Intermon Oxfam, Manos Unidas y Médicos Sin Fronteras, la compañía DKV SEGUROS y a mi editor Leopoldo Blume por apoyarme sin fisuras en los últimos doce años y permitir que el proyecto “Vidas Minadas”, al que pertenece la fotografía premiada, tenga vida propia y un largo recorrido que puede durar décadas.

Sofia Elface Fumo, con su hija Alia

Señoras y señores, aunque sólo tengo un hijo natural, Diego Sánchez, puedo decir que como Martín Luther King, el gran soñador afroamericano asesinado hace 40 años, también tengo otros cuatro hijos víctimas de las minas antipersonas: la mozambiqueña Sofia Elface Fumo, a la que ustedes han conocido junto a su hija Alia en la imagen premiada, que concentra todo el dolor de las víctimas, pero también la belleza de la vida y, sobre todo, la incansable lucha por la supervivencia y la dignidad de las víctimas, el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la pequeña colombiana Mónica Paola Ojeda, que se quedó ciega tras ser víctima de una explosión a los ocho años.

Sí, son mis cuatro hijos adoptivos a los que he visto al borde de la muerte, he visto llorar, gritar de dolor, crecer, enamorarse, tener hijos, llegar a la universidad.

Les aseguro que no hay nada más bello en el mundo que ver a una víctima de la guerra perseguir la felicidad.

Es verdad que la guerra funde nuestras mentes y nos roba los sueños, como se dice en la película “Cuentos de la luna pálida” de Kenji Mizoguchi.

Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de las minas y al desminado.

Es verdad que todos los gobiernos españoles, desde el inicio de la transición, encabezados por los presidentes Adolfo Suarez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas.

Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra y que hoy fabricamos cuatro tipos distintos de bombas de racimo cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas.

Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo, y que me avergüenzo de mis representantes políticos.

Pero como Martin Luther King, me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte.

Muchas gracias.
Leer más...

13/2/09

Cainismo e impunidad

Los griegos llamaban ethos a la costumbre. Como residuo del comportamiento animal en el ser humano, el cainismo se ha convertido en una mala costumbre de las tierras hispánicas.

Actualmente, se considera que el objeto de la etología, como la rama de la biología y de la psicología experimental, es el estudio del comportamiento de los animales en libertad o en condiciones de laboratorio. Estudia las características distintivas de un grupo determinado y su evolución para la supervivencia del mismo; por extensión, los seres humanos entramos en su campo de estudio. Integradas en su seno la psicología comparada y el conductismo, la etología tratar de describir y comprender la conducta, el instinto, las pautas que guían la actividad innata o aprendida de las diferentes especies animales, y aspectos como la agresividad, el apareamiento, el desarrollo del comportamiento, la vida social, la impronta y otros muchos. En estado salvaje, los animales manejan ciertos códigos impuestos por la propia lucha de supervivencia, por ser el más apto para dirigir una manada o ganarse el derecho a comer o a copular primero.

Día a día, se observa en todo tipo de organizaciones esa conducta agresiva característica de las aves rapaces, consistente en destruir al hermano (o a los menores) por parte del más fuerte, que pasa a acaparar la comida y la atención de sus padres. El Águila Real o los cucos practican el cainismo, y en los tiburones ovovivíparos funciona el canibalismo intrauterino: antes de abandonar el cuerpo de su madre, las crías más fuertes devoran los huevos de los padres sin eclosionar y a sus hermanos más débiles.

Desde que el bíblico Caín, movido por los celos, mató a su hermano Abel, se define el cainismo como actitud vengativa contra los propios familiares, compatriotas o amigos. En Roma fue singular el de Calígula. Entre nosotros, Machado resaltó el de la tierra de Alvargonzález: “mucha sangre de Caín tiene la gente labradora”. El poeta tratará de enseñarnos que las cosas no pueden funcionar si prima la envidia, la maldad y el afán de codicia, y con ellas no podrá existir acuerdo mutuo y que esa maldad impide la prosperidad de la sociedad, que quedará triste y pobre, sin volver a ser lo grande que fue.

Muchos militantes políticos y sindicales atentan contra sus propias compañeras y compañeros. Casi siempre fruto de la corrupción, otras veces por el espionaje de unos sobre otros, y muchas otras por la degradación moral a la que han llegado por su soberbia. Tratan de acabar con el afín por temor a la libertad, por pánico a un mundo exterior al que sienten como una amenaza. Potencialmente asesinos del otro se disfrazan ellos mismos de víctimas. Para disimular su complejo de inferioridad ante lo exterior, paradójicamente, caen en un paletismo que admira todo lo externo y critica desaforadamente lo propio. Ese cainismo-paletismo les hace perder, incluso a dirigentes de partidos centenarios, la perspectiva de su propia organización y la del país en que viven, del que desconocen su nivel de desarrollo obnubilados por otros países-mitos, al tiempo que descartan evidencias innegables como su homologación con cualquier otro país de su entorno, o el hecho de superarlos en aspectos tales como calidad de vida, atención sanitaria, cuidado de los mayores o esperanza de vida...

La actitud y comportamiento del cainita queda al desnudo en los medios de comunicación y en los foros que controla o en los que participa en la red. Si administra un foro borrará todos los comentarios que no sean alabanzas hacia su persona e intereses. Sus lamentables e hirientes comentarios se escudan en el anonimato o en los pseudónimos. En esos foros destaca la tristeza de sus comentarios, su pobreza argumental aunque se diga poseedor de la verdad y se considere el único capaz de otorgar patentes de democracia.

La opinión de los demás, ni el sentido de sus palabras, no le interesa en absoluto, tan sólo constituyen la excusa para sus insultos y descalificaciones. En su inmadurez personal y democrática, como criatura mimada que es, se muestra incapaz de acercarse a sus hermanos, a sus compatriotas y al resto del mundo. En su locura, él mismo interviene para atacar y para defenderse de sus propios ataques. Sabemos por su IP que se pueden llamar Alfonso, Maria de la D o de lo que sea, Maria de la O, Delia, Evaristo, Godofredo, José Jesús, José María, Ludgarda, Paco, Paquito o Patxi y pocos nombres más. Sabemos que, a diario, acuden a su cita internauta para librarse de sus amarguras, de sus frustraciones, para arremeter contra los jóvenes de su misma organización al no haber podido superar el trauma de la pérdida de su propia juventud. Contra todo aquello que se mueve y que suena a alegría, a futuro y a vida, vierten toda su bilis y todo su odio.

Los cainitas se organizan jerárquicamente y unívocamente en torno al presidente o secretario general; es decir, alrededor del jefe, conformando un aparato de anónimos de la política, para luchar por una hegemonía en la esperanza de recoger las migajas del poder. La práctica común del cainismo alcanza su cenit cuando existen más aspirantes que cargos vacantes, o cuando se enajenan locales de la propia organización, y piensan ¡cuántos menos seamos más nos tocará en el reparto de bienes o en el de prebendas del cargo! No están para compartir con nadie, ni para repartir nada, si no para someter a los otros mediante una relación sado-masoquista. Es, entonces, cuando aflora salvaje el sectarismo y a los otros se les amenaza, calumnia, difama, silencia; se les exorciza, se les envía al ostracismo o se les induce a tomar cicuta.

Su fuerte animadversión hacia los afines les lleva a rivalizar con ellos hasta en las cosas más nimias. El cainita no puede admitir que nadie tiene toda la razón; porque su pretensión de dominio le hace olvidar toda unidad táctica y estratégica. Al tratar de imponer su pensamiento único y sus fines sobre la mayoría, y por su incapacidad para obtener la confianza de los demás, el cainita eliminará a todo aquél que no le ría las gracias de su discurso.

En su ardor mesiánico, en su tergiversación de la historia, en su intolerancia hacia las idiosincrasias, el cainita abandona convicciones, si alguna vez las tuvo, y opta por el radicalismo dialéctico para arrinconar a los otros y amedrentar a los propios, a quienes considera traidores por definición. Monotemático en su obsesión, la paranoica redundancia del cainita sólo sabe ver conspiraciones hacia su persona, que pretende trasladarlas hacia su organización como si alguien la estuviera atacando. Acusa a los demás de todo aquello que él hace.

Incapaces de reconocer el fracaso de su idea, los cainitas creen disponer de la mayor impunidad, por lo que se dedican a fomentar el odio, a insuflar el rencor y a satisfacer los bajos instintos del animal que llevan dentro.

Derivado del latín, punir significa castigar y vengar, un verbo que impregna el léxico judicial; pero, como la Justicia considera que esa no es su misión, el delito puede quedar impune si no se castiga, y si el delincuente se va de rositas se genera impunidad. Los políticos que se camuflan bajo las garantías procesales acaban institucionalizando la impunidad política, y proceden a repartirse el poder y a otorgar protección a “sus contribuyentes” como si de una banda de mafiosos se tratara. Como la presencia en las instituciones políticas es el botín que espera a los arribistas, los paganos de estas comisiones –especialmente los constructores- se organizan, conforman listas y se presentan a las elecciones para ahorrarse las mordidas a las organizaciones políticas, ya que los gastos de una campaña electoral supone un coste muy inferior a los impuestos revolucionarios exigidos por los partidos políticos. Así, la contradicción léxica entre punición e impunidad inspira nuestro régimen jurídico, por lo que mafias, matones y pistoleros se van abriendo camino en el seno de las organizaciones y de nuestra sociedad para imponer su justicia.

El objetivo cainita es dividir para vencer, y, con tal de acabar con aquellos a los que ha considerado sus adversarios, arroja piedras contra su propio tejado aunque hunda la casa construida por todos los miembros de la organización y no quede más que ruinas. En su obsesión por gobernar, el cainita se olvida que las urnas castigan las divisiones en los partidos.

Leer más...