13/2/09

Cainismo e impunidad

Los griegos llamaban ethos a la costumbre. Como residuo del comportamiento animal en el ser humano, el cainismo se ha convertido en una mala costumbre de las tierras hispánicas.

Actualmente, se considera que el objeto de la etología, como la rama de la biología y de la psicología experimental, es el estudio del comportamiento de los animales en libertad o en condiciones de laboratorio. Estudia las características distintivas de un grupo determinado y su evolución para la supervivencia del mismo; por extensión, los seres humanos entramos en su campo de estudio. Integradas en su seno la psicología comparada y el conductismo, la etología tratar de describir y comprender la conducta, el instinto, las pautas que guían la actividad innata o aprendida de las diferentes especies animales, y aspectos como la agresividad, el apareamiento, el desarrollo del comportamiento, la vida social, la impronta y otros muchos. En estado salvaje, los animales manejan ciertos códigos impuestos por la propia lucha de supervivencia, por ser el más apto para dirigir una manada o ganarse el derecho a comer o a copular primero.

Día a día, se observa en todo tipo de organizaciones esa conducta agresiva característica de las aves rapaces, consistente en destruir al hermano (o a los menores) por parte del más fuerte, que pasa a acaparar la comida y la atención de sus padres. El Águila Real o los cucos practican el cainismo, y en los tiburones ovovivíparos funciona el canibalismo intrauterino: antes de abandonar el cuerpo de su madre, las crías más fuertes devoran los huevos de los padres sin eclosionar y a sus hermanos más débiles.

Desde que el bíblico Caín, movido por los celos, mató a su hermano Abel, se define el cainismo como actitud vengativa contra los propios familiares, compatriotas o amigos. En Roma fue singular el de Calígula. Entre nosotros, Machado resaltó el de la tierra de Alvargonzález: “mucha sangre de Caín tiene la gente labradora”. El poeta tratará de enseñarnos que las cosas no pueden funcionar si prima la envidia, la maldad y el afán de codicia, y con ellas no podrá existir acuerdo mutuo y que esa maldad impide la prosperidad de la sociedad, que quedará triste y pobre, sin volver a ser lo grande que fue.

Muchos militantes políticos y sindicales atentan contra sus propias compañeras y compañeros. Casi siempre fruto de la corrupción, otras veces por el espionaje de unos sobre otros, y muchas otras por la degradación moral a la que han llegado por su soberbia. Tratan de acabar con el afín por temor a la libertad, por pánico a un mundo exterior al que sienten como una amenaza. Potencialmente asesinos del otro se disfrazan ellos mismos de víctimas. Para disimular su complejo de inferioridad ante lo exterior, paradójicamente, caen en un paletismo que admira todo lo externo y critica desaforadamente lo propio. Ese cainismo-paletismo les hace perder, incluso a dirigentes de partidos centenarios, la perspectiva de su propia organización y la del país en que viven, del que desconocen su nivel de desarrollo obnubilados por otros países-mitos, al tiempo que descartan evidencias innegables como su homologación con cualquier otro país de su entorno, o el hecho de superarlos en aspectos tales como calidad de vida, atención sanitaria, cuidado de los mayores o esperanza de vida...

La actitud y comportamiento del cainita queda al desnudo en los medios de comunicación y en los foros que controla o en los que participa en la red. Si administra un foro borrará todos los comentarios que no sean alabanzas hacia su persona e intereses. Sus lamentables e hirientes comentarios se escudan en el anonimato o en los pseudónimos. En esos foros destaca la tristeza de sus comentarios, su pobreza argumental aunque se diga poseedor de la verdad y se considere el único capaz de otorgar patentes de democracia.

La opinión de los demás, ni el sentido de sus palabras, no le interesa en absoluto, tan sólo constituyen la excusa para sus insultos y descalificaciones. En su inmadurez personal y democrática, como criatura mimada que es, se muestra incapaz de acercarse a sus hermanos, a sus compatriotas y al resto del mundo. En su locura, él mismo interviene para atacar y para defenderse de sus propios ataques. Sabemos por su IP que se pueden llamar Alfonso, Maria de la D o de lo que sea, Maria de la O, Delia, Evaristo, Godofredo, José Jesús, José María, Ludgarda, Paco, Paquito o Patxi y pocos nombres más. Sabemos que, a diario, acuden a su cita internauta para librarse de sus amarguras, de sus frustraciones, para arremeter contra los jóvenes de su misma organización al no haber podido superar el trauma de la pérdida de su propia juventud. Contra todo aquello que se mueve y que suena a alegría, a futuro y a vida, vierten toda su bilis y todo su odio.

Los cainitas se organizan jerárquicamente y unívocamente en torno al presidente o secretario general; es decir, alrededor del jefe, conformando un aparato de anónimos de la política, para luchar por una hegemonía en la esperanza de recoger las migajas del poder. La práctica común del cainismo alcanza su cenit cuando existen más aspirantes que cargos vacantes, o cuando se enajenan locales de la propia organización, y piensan ¡cuántos menos seamos más nos tocará en el reparto de bienes o en el de prebendas del cargo! No están para compartir con nadie, ni para repartir nada, si no para someter a los otros mediante una relación sado-masoquista. Es, entonces, cuando aflora salvaje el sectarismo y a los otros se les amenaza, calumnia, difama, silencia; se les exorciza, se les envía al ostracismo o se les induce a tomar cicuta.

Su fuerte animadversión hacia los afines les lleva a rivalizar con ellos hasta en las cosas más nimias. El cainita no puede admitir que nadie tiene toda la razón; porque su pretensión de dominio le hace olvidar toda unidad táctica y estratégica. Al tratar de imponer su pensamiento único y sus fines sobre la mayoría, y por su incapacidad para obtener la confianza de los demás, el cainita eliminará a todo aquél que no le ría las gracias de su discurso.

En su ardor mesiánico, en su tergiversación de la historia, en su intolerancia hacia las idiosincrasias, el cainita abandona convicciones, si alguna vez las tuvo, y opta por el radicalismo dialéctico para arrinconar a los otros y amedrentar a los propios, a quienes considera traidores por definición. Monotemático en su obsesión, la paranoica redundancia del cainita sólo sabe ver conspiraciones hacia su persona, que pretende trasladarlas hacia su organización como si alguien la estuviera atacando. Acusa a los demás de todo aquello que él hace.

Incapaces de reconocer el fracaso de su idea, los cainitas creen disponer de la mayor impunidad, por lo que se dedican a fomentar el odio, a insuflar el rencor y a satisfacer los bajos instintos del animal que llevan dentro.

Derivado del latín, punir significa castigar y vengar, un verbo que impregna el léxico judicial; pero, como la Justicia considera que esa no es su misión, el delito puede quedar impune si no se castiga, y si el delincuente se va de rositas se genera impunidad. Los políticos que se camuflan bajo las garantías procesales acaban institucionalizando la impunidad política, y proceden a repartirse el poder y a otorgar protección a “sus contribuyentes” como si de una banda de mafiosos se tratara. Como la presencia en las instituciones políticas es el botín que espera a los arribistas, los paganos de estas comisiones –especialmente los constructores- se organizan, conforman listas y se presentan a las elecciones para ahorrarse las mordidas a las organizaciones políticas, ya que los gastos de una campaña electoral supone un coste muy inferior a los impuestos revolucionarios exigidos por los partidos políticos. Así, la contradicción léxica entre punición e impunidad inspira nuestro régimen jurídico, por lo que mafias, matones y pistoleros se van abriendo camino en el seno de las organizaciones y de nuestra sociedad para imponer su justicia.

El objetivo cainita es dividir para vencer, y, con tal de acabar con aquellos a los que ha considerado sus adversarios, arroja piedras contra su propio tejado aunque hunda la casa construida por todos los miembros de la organización y no quede más que ruinas. En su obsesión por gobernar, el cainita se olvida que las urnas castigan las divisiones en los partidos.

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